Zambo Salvito. El ladrón hecho leyenda
Los vecinos de Santa Rosa Cinco Dedos están determinados a que no se olvide la leyenda del Zambo Salvito, el avezado ladrón convertido en mito que aterrorizó a la ciudad de La Paz hace 136 años. Aunque todavía algunas abuelas advierten a sus nietos de no gustar de lo ajeno, "porque te puede pasar lo que al Zambo Salvito", lo cierto es que cada vez son menos quienes conocen la historia del hombre de origen africano que llegó desde Yungas cuando apenas tenía 7 años y que, absorbido por la miseria, se convirtió en el asesino más odiado, pero también admirado, que forma parte de las leyendas urbanas de nuestro país.
Salvador Sea, alias el Zambo Salvito, murió fusilado a los 33 años. A los 15 cometió su primer asesinato y a partir de ahí, y teniendo primero a la ciudad de La Paz como su centro de operaciones y luego una cueva en un lugar clave de la carretera La Paz- Yungas, cometió docenas de crímenes, violaciones y robos. Sin embargo, sólo atacaba a los blancos y a los mestizos, y era considerado como el benefactor de los indígenas aimaras y los esclavos de ascendencia africana.
Recogiendo ese concepto, el año 1992, el entonces alcalde paceño Julio Mantilla inauguró un museo en lo que fuese la guarida del Zambo Salvito. En el lugar se exhibían varios objetos de esa época, algunos pertenecientes al célebre personaje, incluyendo una corona con la que le gustaba ataviarse cuando celebraba sangrientas orgías o asesinatos, y una estatua hecha por la artista Cristal Ostermann representándolo.
Sin embargo, y aunque tuvo bastante éxito, el museo funcionó sólo por un par de años y después fue abandonado. La Alcaldía recogió los objetos en exhibición y despidió al portero. La cueva pronto se convirtió en un lugar de reunión de antisociales, drogadictos y alcohólicos que hasta hoy acechan la zona.
Los vecinos de Santa Rosa Cinco Dedos han presentado un proyecto que incluye revitalizar el museo y crear un mirador turístico, aprovechando la impresionante vista que se tiene de la ciudad. El Concejo Municipal, mediante la oficina de Gestión Institucional y Administrativa, ha considerado factible el proyecto, siempre y cuando se consiga el financiamiento necesario. El oficial mayor de Cultura de La Paz, Wálter Gómez, ha dicho que esta idea no es nueva, y que se viene manejando hace más de cuatro años, "pero se necesita hacer una carpeta y elaborar el diseño final".
Salvador Sea nació en 1838 en Chicaloma y era hijo de Zacarías y Rosa, dos esclavos de una hacienda yungueña. A los siete años, Salvador fue testigo de cómo el capataz flagelaba hasta la muerte a su padre, acusado de haber robado dos cestos de coca. Sin poder enterrar el cadáver del esposo, Rosa decidió huir de la hacienda rumbo a la ciudad llevando de la mano al pequeño Salvador. Cuando llegaron a La Paz, se instalaron en el tambo San José de la Ch’appi calle, conocida en esa época como zona de Chocota, actual calle Illampu. Rosa se empleó como ayudante de cocina de una vendedora de comida y trabajaba duramente, mientras Salvador crecía libre de todo control, haciendo amistad con los niños aimaras, hijos de las vendedoras. El pequeño pronto se aburrió de la escuela y, sin que su madre pudiera disciplinarlo, decidió abandonarla.
Un día Salvador descubrió que en el tambo había otra mujer de raza negra. Rosa, ansiosa por hacer amistad, se acercó a la habitación donde la ‘Negra’ Norma, como era conocida por todos, preparaba y vendía brujerías. La señora, que era tan aborrecida como temida, sintió simpatía por la desamparada mujer y su hijo, y le propuso un cobijo en su casa y un sueldo a cambio de que la ayude con la tienda y las labores de la casa. Rosa, que con su actual empleadora tenía sólo la comida y el techo, aceptó gustosa.
Mientras tanto el hijo hacía travesuras por las calles y plazas y estaba tan ambientado en la ciudad, que parecía haber nacido en ella.
Rosa, para reforzar su magra economía, además de trabajar con la ‘Negra’ Norma, también lavaba ropa en algunas casas de la vecindad. El trabajo duro terminó de minar su salud, y enferma de pulmonía, murió al poco tiempo. Salvador quedó a cargo de la ‘Negra’ Norma, que le transmitió todo el resentimiento que tenía para aquéllos que no eran de su raza: “Hay que odiar a estos ‘mistis’ (mestizos)”, le repetía, "hay que odiar a los blancos, porque nos han esclavizado, nunca olvides que el patrón de Chicaloma era blanco y ha matado a tu padre a latigazos, igual que ese ‘misti’ del capataz Pompeyo". El chico absorbía el odio como una esponja. Fue en esa época que la ‘Negra’ Norma lo bautizó como Salvito.
Cuando Salvito era adolescente, la madre adoptiva le buscó un trabajo en la sastrería del barrio de Caja del Agua. El sastre era un buen hombre, pero muy avaro. Su avaricia impresionó tanto, al que por entonces ya era apodado como Zambo Salvito, que éste resolvió tener dinero a cualquier precio. La ‘Negra’ Norma, cada vez más cansada, ganaba apenas unos centavos merced a la competencia que se había abierto en su misma calle. Una noche Salvito la escuchó quejarse de que no tenía hilos para remendar la ropa. Al día siguiente, él llegó con hilos, dedales, agujas y botones. Cuando la madre le preguntó de dónde los había sacado, Salvito le contestó: "Me he hallado, mamá Norma". "Qué bien hijo, siempre que te halles algo vas a traer a ésta que es tu casa", le respondió ella.
Al poco tiempo, Zambo Salvito nuevamente ‘se halló’ dos cortes de tela. Al darse cuenta de la pérdida, el sastre, seguro de que Salvito era el ladrón, se propuso hacerle confesar a punta de ‘quimsa charani’ (látigo nativo). Cuando el hombre comenzó a latiguearlo, a la memoria del joven vino el recuerdo de su padre y sin pensarlo, clavó unas tijeras en el vientre del sastre, matándolo al instante. Junto al cadáver esperó la noche para llevarse las cosas de valor. Al llegar a su casa le contó a la Negra Norma lo sucedido y juntos planearon la coartada. Nadie sospechó del joven.
La Jalancha
A partir de allí, Zambo Salvito se convirtió en un avezado ladrón y en poco tiempo formó una cuadrilla de cinco personas convirtiendo a la ciudad en el escenario de sus fechorías. La ‘Negra’ Norma se encargaba de vender el producto de los robos. Meses después, y teniendo a la Policía sobre su pista, el Zambo y su banda decidieron trasladarse a la encrucijada del camino a Yungas denominado La Jalancha, paso obligado de arrieros y viajeros que transportaban mercaderías a Yungas o traían a la ciudad café, coca y naranjas. Los bandidos acechaban a los viajeros, que se trasladaban en mulas, y después de violar a las mujeres, las decapitaban con sus maridos y robaban sus pertenencias.
La cueva estaba ubicada cerca de una laguna, el lugar ideal para deshacerse de los cadáveres, cuya ausencia comenzó a construir toda una leyenda en torno a la figura de Salvito. Se decía que era un brujo y un asesino, pero también que era el vengador de los esclavos y el amante apasionado de las mujeres del pueblo. Los rumores aseguraban que se enamoraban de él al punto de ofrendarle la vida. El Zambo dejó una prole numerosa en varias cholas que fueron sus amantes, pero nunca se casó.
Audaz, decidido, duro y cruel, no perdonaba al hombre blanco o mestizo que se cruzaba en su camino. Dos años estuvo Salvito aterrorizando a quienes debían viajar a Yungas y, pese a las denuncias, la Policía no podía llegar a su guarida, porque la llamada Cueva de los Cinco Dedos tenía la forma de un castillo medieval con cinco torreones y era propicia para guarecer a los bandidos.
Cae el Zambo Salvito
Una noche de 1870, Joselito Umaña, uno de los miembros de la banda, fue apresado. La Policía logró que delatara al Zambo, y contara, además, las atrocidades que cometían y dónde se encontraban los cadáveres. Entre sus testimonios llamó la atención aquél sucedido cuando la banda asaltó el Convento de las Concepcionistas en la calle del Teatro Municipal, actual calle Jenaro Sanjinés. Según Umaña, el ‘Tata’ Mariano Melgarejo, entonces Presidente de Bolivia, los había sorprendido, pero en lugar de detenerlos, les dijo: "Llévense todo lo que puedan hijos, estas monjas tienen más plata que yo". Así los ladrones, en compañía de los soldados, trajinaron toda la noche en el convento robando hasta el azúcar de las religiosas.
Delatados, fue fácil llegar a los bandidos, quienes fueron apresados y condenados al fusilamiento. El día de la ejecución casi toda la ciudad caminaba rumbo a la plazoleta de Caja de Agua, en busca de encontrar un buen sitio para ver el ajusticiamiento.
Cusisiña Pata (Colina de la Alegría), un cuadrilátero de terreno rodeado de casuchas de adobe y sembradíos de papa, había sido escogido para el escenario del fusilamiento. A las 9:30 de la mañana, los condenados se dirigieron al sitio de ejecución cuando repentinamente una mujer comenzó a gritar clamando por su hijo. Era la ‘Negra’ Norma, que anciana, se lamentaba por la suerte de Salvito.
Como último deseo, el reo pidió "decir un secreto al oído a su madre", que le fue concedido por el juez. "Acércate mamá Norma", le dijo el Zambo, y así lo hizo la mujer cuando de pronto un grito de dolor estremeció el ambiente, mientras ella se cubría el lado izquierdo de la cara del cual chorreaba sangre. De los dientes del Zambo colgaba el pabellón de la oreja de su madre adoptiva: "Por tu culpa voy a la muerte. Tú me enseñaste a robar. Tú eres la culpable de mi desgracia ‘Negra’ Norma y ya te he dado el castigo que merecía tu maldad", le gritó el Zambo. Pocos minutos después, él y sus compinches cayeron fusilados. Moría el ladrón y nacía la leyenda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario